Cuando me hipotequé hasta los ojos en esta casa pensé realmente en que viviría en un pueblo tranquilo, en una zona tranquilita, familiar,… en fin, eso que te venden cuando compras.
Pero resulta que ahora parece que vivo en una barriada marginal. Sólo falta el aguador.
Lo tengo todo: adolescentes en la puerta haciendo botellón y gritando todos los improperios habidos y por haber, niñatos imberbes adictos al youporn que vociferan lo que les harían a la niña que va pasando y que eruptan y se tiran unos pedos de concurso, obreros calientes en frente de casa que te miran lascivos cuando abres las ventanas y que silban más que escupen y mucho más de lo que trabajan, tubos de escape pegados a motillos que hacen temblar los cristales,…
Pero lo peor de todo son los hijos de los vecinos de al lado. Uno de ellos, el chico, es uno de los canis de la pandilla de los tubos de escape y lo tunnis. La hermana es peor. No le he visto nunca la cara, pero la escucho cantar todos los días, sobre todo por las noches, con el Canal Fiesta a toda leche. Y si no es el Fiesta, repite con insistencia temas de Camela y de Haze con su Te estoy amando locamenti y su tributo a la cocaína, que es una versión entre las Grecas, la canción de El Queco Caballo Maldito y Prisionero de
A mí me molesta un poco la música pero me aguanto, pero no quiero que mi hijo crezca escuchando estos quinquicantes. Entre eso y el vecino que viene con la guitarrra recordando a los Chichos a cantarle “Pápa no le pegues a la máma” (y pongo la tilde ahí porque es donde él pone el acento)… me siento un poquito cada vez más Belén Esteban y temo comenzar a descuidarme y a comprarme chándales (cuál es el plural de chándal) rosas en los rastros y batas de guatiné. Ya de momento, y en contra de todo glamour,