Hay momentos buenos y malos, bajonas y subidas,…ya lo sé. Forma parte de la vida, ya lo sé. Pero yo no estoy acostumbrada a sentirme mal y que me dure más de un día, de unas horas,…
El fin de semana pasado me sentí sola. Muy sola. Tremendamente sola. Creo que nunca me sentí así. Porque otras veces, como tengo recursos y amigos, me muevo, me voy de un lado a otro si me apetece charlar, tomarme una copa,…
Pero ese día me sentí atada con mi niño, sin poder moverme. Me recorrí todos los bares de este pueblo, que son muchos, con la esperanza de encontrarme con alguien conocido, de mantener una conversación adulta,… y la puta mala suerte que aparece siempre en los días malos no me topó con nadie que apenas me sonara. Cosas del destino, ya lo ves.
Y el sentirte tan sola es muy triste. Y el regocijarte en la tristeza es aún más triste. Y el no pedir auxilio es muchísimo más triste. Y en ese momento eres la persona más triste del mundo. Y eso es muy triste.
Aún me dura la congoja de sentirme así, porque es un sentimiento de lo más desagradable. Es curioso que en los únicos momentos de mi vida en los que verdaderamente estoy acompañada es cuando más sola me siento.
No me pasa todo el tiempo. Es momentáneo. Es casual. Nado cuando siento que me ahogo y me salvo siempre. Porque la tristeza no es mi compañera en los paseos, sino que es la que me asalta y me asusta de vez en cuando en una esquina y le echo cojones para que desaparezca. Pero te deja el susto en el cuerpo la hija de la gran puta.
Ya no más.